Lluvia que cae y golpea tu puerta…

Mientras observo como la lluvia cae… pienso que atrapado entre cuatro paredes huí al salón donde veo como el agua ahoga al parque… donde la gente corre con paraguas para refugiarse de la lluvia que cae… donde los charcos son atacados por incesantes gotas que impactan con fuerza y sin pausa. A mí… en cambio… me entran ganas se salir descalzo a la calle… y literalmente empaparme con la lluvia que cae… lavarme… dejar que ella arrastre… mis pensamientos que se quedan atrapados aquí dentro… en mi cabeza, y no tengo donde meterlos, y escapan chocando con las paredes que siempre tengo alrededor… ahogándome no el agua… sino la depresión…

Pájaros vuelan libres sin miedo a mojarse… nosotros en cambio, el agua que cae, nos deprime, nos hace pensar, y nos retiene en un mar de dudas y de inseguridades que nos deja inmóvil. Depresivos ansían abrazar a alguien, meterse en la cama y dormir, hasta que la lluvia pase… pero, los obligan a salir, los obligan a enfrentarse y luchar contra ella. Lo que no saben es que pueden vencerla… y no es es suicidio la carta más bella, es la unión agua-depresión… la que nos hace pensar de otra manera… pero si fuera otra estación… el agua sería la felicidad en tu sonrisa… e ahogamiento con aletas… y pues a mí… el agua que golpea cristales… me parece la más bella… es como si llamara a tu puerta… y te invitara…

… a mojarte.

Mode: Estudiando
Escuchando: Radio (Whisperings) – Solo pianos


One Comments

  • maRia lunes, 6 noviembre, 2006

    Lógicamente, como buena filóloga, no se me escapa el doble sentido del final… Muy bueno, por cierto.

    Te cuento una anécdota:

    Hace años, sumida en una depresión que me anulaba por completo, me pasaba horas viendo caer la lluvia, (algo muy frecuente aquí, como comprenderás), y reprimiendo la tentación de salir a dejarme empapar. Hasta que un buen día, o, mejor dicho, noche, me despojé del pijama que se había convertido en segunda piel, y, con el traje que traje al mundo, salí al jardín, (aclaro que eran las dos de la mañana aproximadamente y no corría riesgo de espantar a nadie), y corrí por la hierba, y, si mal no recuerdo, bailé y hasta canté.

    Vamos, que volé durante un rato, ya me entiendes… Fue liberador, sentí que me invadía la audacia, y ese momento de locura transitoria me dio fuerzas para asumir luego la cordura impuesta por «las normas».

    Tan necesario es volar, mojarse, liberarse, a veces, como mantenerse al abrigo de las inclemencias otras.

    Para SENTIR que uno VIVE.

    Eso sí, la gripe de cojones que pillé como consecuencia de mi acto visceral, y me mantuvo una semana en cama, también sirvió de alimento para la reflexión, y probablemente habría matado el instinto de volar en un ser menos valiente.

    🙂

    Massive, massive hug…

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